La presencia del otro; sobre una estética de la aniquilación

Primera parte

Por Adolfo Hernández García

“…unheimliche nennt man alles, was im geheimnis, im verborgenen, in der latenz bleiben sollte und hervorgetreten ist

  1. Schelling

Nadie vino a verme para reprocharme ni un solo acto realizado por mí en el cumplimiento de mis deberes”

  1. Eichmann

“…frente a dicho fenómeno, o bien al pronosticar fatídicamente que los totalitarismos modernos no conceden a sus enemigos la muerte del mártir, sino la simple, silenciosa y anónima desaparición

Rafael Radecas

Preludio

La aniquilación en una aproximación estética escudriña en lo sublime aquello que nos hace humanos. Entre adjetivos y/o cualidades no anida el misterio de ¿qué es ser humano?, Esta misma cuestión, pero en clave estética permite un recorrido añadiendo al campo de la episteme y la ética un elemento sensible (de percepción), la presencia del otro.

El punto de partida será la diferencia entre la presencia del otro como cuerpo vivo (Leib), de la del cuerpo objetivado (Körper), términos utilizados por Edmund Husserl para indicar la diferencia entre el otro como semejante de la del otro como objeto de estudio. Esta precisión es importante para dimensionar actos que podríamos denominar como inhumanos: ¿cómo es posible que alguien pueda disolver gente en ácido por instrucción y narrarlo con tranquilidad?, ¿o pensar en la solución final, para exterminar a millones de personas en los campos de concentración?, son escenas que formaron (forman) parte de la vida cotidiana, como la matanza de estudiantes en Tlatelolco, Ciudad de México (1968), o la de Acteal en Chiapas en 1997. Y, por otro lado, ¿cómo se pueden explicar actos de altruismo, tales como donar un órgano, o dar la vida por alguien a cambio de nada?, o rescatar a una mascota en medio de un desastre natural poniendo en peligro la vida propia. Son polos que parecen excluirse, veremos que no son del todo ajenos unos de otros.   

Los actos arriba mencionados nos hacen pensar en una complejidad discursiva llena de matices, la cual no se explica únicamente con la tesis de una ruptura del tejido social. Me parece que Schelling aporta al menos un elemento desde su concepción sobre lo ominoso (Unheimblich) para pensar desde un referente estético los actos in-humanos. No podríamos aseverar que es un concepto central en los escritos de este filósofo, pero para nosotros arroja luz suficiente al incorporar al tema de la aniquilación del otro una vía de reflexión además de la ética. En términos generales, lo ominoso -para este autor- está destinado a permanecer oculto y de pronto emerge. Esta moción no es descubrir algo nuevo, sino un reencuentro. Veamos cuál es el peso que implica el reencuentro.

Nuestra tesis no apuesta por la descomposición social, ya que con ello pensaríamos que los tiempos pasados fueron mejores. A diferencia de esto, proponemos lo ominoso como la presencia latente de la aniquilación, la disolución del otro (extranjero). Son tiempos donde la intimidad también es intimidante.

Esta época no es más violenta que otras, la diferencia es que nos toca vivirla.   

La presencia del otro como extranjero

Convivimos y coexistimos con los demás desde que nacemos. A menos que habitemos en una isla desierta o algún lugar remoto, cabría la posibilidad de decir que estamos al margen de la cultura. De ello existen algunos casos, que más allá de su verificabilidad, ponen sobre la mesa la función del semejante.

Veamos la historia de Víctor el niño de Aveyron.

Fue encontrado a las afueras de Saint Sermain en la Provincia de Aveyron a finales del siglo XVIII, (aquí los datos son diversos, la fecha del encuentro varía desde 1789 hasta 1800). Es encontrado vagando por el bosque por unos hombres. Parece un niño no mayor a los 12 años, estatura no mayor a 1.40cms, su apariencia descuidada, no hablaba, no usaba ropa. Ya lo habían encontrado antes rondando por el bosque, lo habían capturado al menos dos veces, sin embargo, escapaba.

Lo trasladan a Paris, queda instalado en el Instituto para sordomudos donde es observado por Philippe Pinel quien lo cataloga como un débil mental. Uno de los alumnos de Pinel, Jean Marc Gasspard Itard, decide llevarlo a su casa de campo en Batignolles con el objetivo de educarlo y que de algún modo se inserte en la sociedad.

Escribía en su diario, Jean Marc:

“Era un niño desagradablemente sucio, afectado por movimientos espasmódicos e incluso convulsiones; que se balanceaba incesantemente como los animales del zoo; que mordía y arañaba a quienes se le acercaban; que no mostraba ningún afecto a quienes le cuidaban y que, en suma, se mostraba indiferente a todo y no prestaba atención a nada”.

Según narra su tutor, a pesar de lograr grandes avances en la empresa de educar a Víctor, los resultados no fueron los esperados, lograba articular algunos sonidos, pero no logró hablar, “nunca pareció perder su vivo anhelo por la libertad del campo abierto y su indiferencia a la mayoría de los placeres de la vida social”.  

Retomemos la frase “no mostraba ningún afecto a quienes le cuidaban”. Esto se matizó al paso de los años, el trato con las personas que convivían con él se hizo más cercano, y al mismo tiempo, la presencia de Víctor en la sociedad del siglo XVIII y XIX, fue una gran oportunidad para poner a prueba las teorías de Rousseau sobre la educación y sus efectos muchas veces contraproducentes en el espíritu de hombres y mujeres civilizados en razón de una desigualdad.

“… y no solamente la educación establece diferencias entre los espíritus cultivados y los que no lo están, sino que aumenta la que existe entre los primeros en proporción con la cultura, […] se comprenderá entonces cómo la diferencia de hombre a hombre debe ser menor en el estado de naturaleza que en el de sociedad, y cómo la desigualdad natural debe aumentar en la especie humana por la desigualdad de educación.”

No diremos que la empresa de Itard falló, puesto que el trabajo que realizó con él fue la base para lo que hoy se conoce como educación especial. Vimos como al final de su vida Víctor siguió siendo aquel niño encontrado en el bosque. Muy lejos de las narraciones de Walt Disney. En alguna parte del historial de Itard menciona que Víctor jamás dejó de anhelar la libertad. Fallece en 1928 alrededor de los 40 años.

A partir de este relato surgen cuestiones, algunas desde el ámbito educativo, desde la filosofía, la cultura, incluso sobre las teorías del desarrollo del ser humano. La mayoría giran alrededor de una inclusión, que casi podríamos llamar “normalización”. En lo que respecta a nosotros, no es ninguno de esto campos, sino la presencia de Víctor.

Esta presencia en sí misma es fundamental para preguntar si Víctor fue el extranjero, aquel que no pide nada porque nada quiere. No pidió ser llevado a la civilización, -y para enriquecer el debate científico de la época y la ajenidad de este niño a ella-, la única forma de incorporarlo a la sociedad era vía la normalización, porque (curiosamente) sería inhumano dejarlo en el bosque. Según las notas de Itard, durante la adolescencia la ajenidad de Víctor cobró fuerza.  

Si Víctor fue un extranjero, la pregunta es, ¿Qué es un extranjero? Podría ser el diferente, el que viene de otro lado, el que se muda a otro país, quien habla otro idioma, o tiene otro color de piel, puede ser del sexo opuesto, otras costumbres, u otra religión. Adjetivar la diferencia es circular ya que terminaríamos incluidos nosotros mismos, en tanto participamos de esas categorías en algún momento. Con este modo de inclusión, es fácil observar que por mucha diferencia que haya entre unos y otros, prevalece un rastro susceptible de seguir y encontrar similitudes. Entonces, el diferente no es del todo un extranjero. Es necesario ir más allá de los adjetivos.

El extranjero, del cual no sabemos nada, inferimos todo.

El extranjero es quien interpela desde su silencio. Más allá de adjetivos, interpelar configura la irremediable distancia, el otro no es un espejo, no es el reflejo de nuestra humanidad como esencia, sino la diferencia más radical que existe, porque anatómicamente hay semejanzas, incluso desde las diferencias culturales se pueden tejer puentes, pero más allá de la carne y las costumbres sólo hay desencuentro. Cuando el otro es realmente un extranjero no hay forma de intercambio.

Nosotros, nacidos en un contexto social, cuando pensamos en el otro vienen recuerdos de la gente con la que hemos convivido desde la infancia. Las vivencias (Erlebnis) infantiles son coloreadas por las experiencias que son susceptibles de recuerdo. Estas experiencias no se reducen a un sistema epistémico, o al científico, sino que son fuente del campo ético. “El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno […] Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento [Verstdndigung; o «comunicación], y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”

La relación con el otro, como hemos mencionado, tiene varias aristas, desde ser objeto de estudio (körper), hasta la fuente de motivos morales. Para nosotros, recapitular la vida de este hombre tiene la intención de someter a revisión el rostro del ser humano que linda entre lo familiar y lo extraño, en tanto extranjero. Víctor era tan familiar y en esa familiaridad anidaba también lo ominoso de su desinterés por el otro. Para Freud lo ominoso (Unhemblich) pertenece a lo familiar y a lo clandestino. Son campos ajenos pero no opuestos. En esta frontera se movía Víctor. Si buscamos un ejemplo de nuestro tiempo, podemos pensar al autista. Hay autistas para quien el otro (semejante) es un objeto más en el mundo.   

Segunda Parte.

La luz produce sus propias sombras  

Barrio de San Rafael CDMX 

abril de 2019

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