¿Qué haríamos si se va la luz?

¿Qué haríamos si se va la luz?

 

Por Adolfo Hernández García

“…tenemos wifi, pero mejor platiquen entre ustedes”

 

La presente reflexión surge de algunos temas presentados durante el ciclo de conferencias “Enfermedades mentales, sociedad virtual y subjetividad” en la Ciudad de Mérida y Querétaro. Cuando se va la luz en casa y ya es de noche parece que la vida de detiene casi por completo. La luz eléctrica es parte de los beneficios de la revolución industrial. Aquí la cuestión es poner sobre la mesa el papel central que ha tomado la tecnología en la vida diaria. La muestra que tomo es la ausencia de la luz electica, con ello podemos caer en cuenta la dependencia que tenemos con respecto a los gadgets (aparatos tecnológicos) con los que convivimos, además de la gente que nos rodea.

En la Ciudad de Mexico hay un restaurante llamado Los Panchos que tiene un anuncio: “tenemos wifi, pero mejor platiquen entre ustedes”. Esto me hace pensar en los modos diversos de comunicación que existen entre los seremos humanos. Cuando la luz se va, la casa queda en silencio, y quienes están ahí comienzan a interactuar entre sí. (No siempre, obviamente). Las relaciones humanas como lo indica Sartre, son conflictivas, pero no porque vivamos siempre en el conflicto, sino porque se ponen en juego deseos, miedos, antojos, recuerdos y un largo etcétera, que no pueden satisfacerse de modo inmediato en la realidad. Podríamos decir que la realidad tiene una cuota de frustración. La tecnología hace su papel en este sentido, logra postergar el conflicto, o desviar por instantes la frustración intrínseca de la realidad. Cuando nos vamos tarde al trabajo, parece que todo es más lento. El metro se detiene horas, el tráfico es más denso. Todo esto es parte de la realidad en las grandes ciudades. Cada uno lidia con ello a su modo.

Sin embargo, algo que llama la atención, son las formas de relaciones sociales actuales. Hay autores como Zygmundt Bauman que indican que estamos viviendo una posmodernidad donde casi todo es líquido, es decir, el instante es efímero y siempre estamos en busca de algo nuevo. O, como lo indica el filósofo coreano Byung Chun-Han en su libro La sociedad del cansancio “El comienzo del siglo XXI desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial, ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), trastorno límite de la personalidad (TLP), o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) define el panorama de comienzos de este siglo” (p. 7).

La fatiga por la prisa que impera, deja poco espacio para la relación con el otro, el semejante. El otro se ha vuelto un extranjero, pocas veces nos damos el tiempo para conocerle. A pesar de tener plataformas como Facebook u otras donde parece que la vida está plasmada ahí, sirven más para generar un mercado de consumo que un lugar para conocer gente. Enterarse de la vida íntima no es conocer al otro, es observarlo desde la lejanía del panóptico[1].

 

Y viceversa, poner en el aparador de las plataformas digitales imágenes de la vida cotidiana no es mostrar, sino una urgencia por demostrar. No estamos diciendo que una opción sea regresar a la Edad Media, o no usar las plataformas digitales, sino que la vida rutinaria no puede renunciar a estos nuevos modos de intercambio, se han vuelto parte del campo de intercambios simbólicos entre los seremos humanos. Las sociedades también son virtuales en la medida en que la tecnología sirve como extensión al cuerpo de los seremos humanos.

Esta idea del “hombre maquina” no es reciente, data de las concepciones Cartesianas[2], cuya idea general era concebir al cuerpo como una máquina, y como tal, el organismo tiene funciones específicas y los aditamentos, como herramientas, anteojos, vehículos, serían una extensión del cuerpo amplificando la fuerza y alcance exponencialmente. Esto lo vemos todos los días. Cuando un hombre con un tractor puede mover toneladas de arena, que en otro tiempo harían falta muchos más trabajadores. Esto hace que el tiempo sea eficiente. Con este ejemplo podemos decir que nuestra época (posmoderna) no tiene como objetivo satisfacer necesidades, sino eficientar procesos, aunque estos también tengan que ver con las necesidades.

Algo que podemos concluir es que es casi imposible imaginar la vida cotidiana al margen de la tecnología tomada de la mano con el capitalismo. A pesar de que hay rezagos en el mundo, el discurso que impera versa en razón de los avances tecnológicos. Estos rondan desde el campo de la salud hasta el campo de lo social. La brecha generacional se sitúa con relación al uso de la tecnología. Estamos siendo testigos del choque cultural que implica el uso de los teléfonos móviles (Smartphone), cuyo uso exceden la función básica de hacer o recibir llamadas. Es común servirse de ellos para realizar funciones que antaño debíamos hacer de manera manual. Estos adelantos, por decir lo menos, anuncian una menor carga ocupacional para nosotros, seres humanos.

No obstante, los índices de la época guardan en sí algunas paradojas. Tales como, habiendo adelantos tecnológicos en pro de la salud alimentaria, se observa un incremento en la obesidad tanto en niños como adolescentes. Algo que debemos saber es que estamos viviendo en una época donde la mayoría de los eventos son fugases, vivimos ávidos de noticias, de experiencias. Lo que hoy tiene importancia y produce tendencia, la próxima semana es obsoleto. La forma de relación vía el mensaje (de texto o por WhatsApp) es otro modo de transmitir el sentir con caducidad reducida. La volatilidad del tiempo queda congelada en la gran memoria que es el internet. Ahí todo queda guardado, nada se borra. Es el tiempo de las grandes contradicciones y los dobles mensajes. Basta con echar un ojo a las instalaciones de Google, parecen un kínder Garden, como para envidiar no trabajar ahí, sin embargo, no dejan de ser oficinas con reglas de producción específicas, quien está ahí no es más libre que quien trabaja en oficinas de gobierno.

Tomando esta muestra del campo laboral actual, las relaciones interpersonales son medidas por la eficiencia (del tiempo), no por el tiempo y calidad en sí mismo en relación con el otro. Por eso, cuando se va la luz, ¿qué queda? Queda el otro, el semejante, sin el atuendo de idealidad que porta mientras es un ente virtual. El otro también transpira, respira, habla, se queja.

Hablar de los nuevos modos de relación a distancia no es un sinónimo de pérdida en cuanto a la cercanía con el semejante, sino la construcción de nuevo puente entre ambos. La pérdida está en –como dijera Wiliam Barrett[3]– identificarse con la función. Reducir la existencia a una función es hacer de la vida un proceso. Llevar a sus últimas consecuencias la metáfora del “hombre máquina” es despojar el rastro de la imperfección humana que convive con la contradicción, uno puede pensar en “sí y no” a la vez, el conflicto no paraliza, sino provoca. La máquina no sabe qué hacer con órdenes opuestas.

Termino con un poema de Mario Benedetti:

“No sé si soy una persona triste con vocación de alegre, o viceversa, o al revés.
Lo que sí sé es que siempre hay algo de tristeza en mis momentos más felices, al igual que siempre hay un poco de alegría en mis peores días.”

 

 

San Diego California

Marzo de 2019

1 Michel Foucault trabaja este tema en su texto Vigilar y Castigar. Dice “En los comedores se había dispuesto “un estrado un poco elevado para colocar las mesas de los inspectores de estudios, a fin de que pudieran abarcar con la mirada todas las mesas de los alumnos de sus divisiones durante la comida”; se habían instalado letrinas con medias puertas, con objeto de que el vigilante encargado pudiera distinguir la cabeza y las piernas de los alumnos, pero con separaciones laterales lo bastante altas “para que los que las ocupaban no pudieran verse”, p. 160.

2 René Descartes, (1596-1650) filósofo francés cuya frase “dudo, pienso, luego existo” ha formado parte de los comienzos de la Época Moderna.

3 Cfr. William Barrett, El hombre irracional, Ediciones Siglo Veinte, BsAs, 1967.

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